En esta infinita sucesión de localizaciones de película que es el Parque Natural de Doñana se cree que vivió la primera civilización occidental, enclavada a orillas del Guadalquivir, en la mítica Tartessos.
En el mismo lugar en el que etruscos, griegos y fenicios se deleitaron en la contemplación de la naturaleza, una fachada de azulejos dorados da entrada al centro de visitantes del PArque Natural de Doñana, antigua fábrica de hielo y actual embarcadero de Bajo de Guía. Allí, espera el buque Real Fernando, una recreación de la primera embarcación de vapor que cubrió la ruta de Cádiz a Sevilla, y que recorre los lugares más pintorescos. Con paciencia, se desliza sobre las aguas de uno de los humedales más importantes de Europa para ir desvelando los secretos de este Parque Natural, Patrimonio de la Humanidad desde 1994, en el que los azules, verdes y ocres se mezclan en una infinita sucesión de llanuras salpicadas de pequeños lagos de agua salada.
La brisa es la mejor compañía para descubrir las marismas e ir reconociendo, durante la travesía, las siluetas de flamencos, garzas reales o jabalíes entre los volúmenes de los cotos de pinares. Éste es el lugar preferido por las aves para reunirse durante los meses de invierno sobre dunas de arena blanca, que cambian de ubicación según el empeño del viento.
Uno de los atractivos del entorno de Doñana es el Pinar de la Algaida morada de buitres, águilas y cigüeñas negras que sobrevuelan un enorme eucalipto, considerado árbol singular de Andalucía. Escondidos entre la vegetación, sirviendo de refugio a los camaleones sanluqueños, se han encontrado multitud de objetos romanos de culto que se exhiben en el Museo de Cádiz y que son buena muestra del pasado milenario de Doñana.
También lo es el Fuerte de San Salvador, Bien de Interés Turístico, una torre defensiva, levantada para defender el puerto de posibles ataques piratas allí donde el río y el mar se funden en un abrazo. El poblado de La Plancha, compuesto por más de cincuenta chozas de madera, es la meta del trayecto: un centro etnográfico, construido sobre asentamientos del s. XIX. Sólo queda cruzar los dedos para que la visita termine del modo más espectacular: con el avistamiento de uno de los linces ibéricos que viven en las más de setenta mil hectáreas del parque.